Seguramente no era el momento. Tal vez éramos las personas correctas en el momento equivocado. Quizá tu sentido del amor no coincidía con el mio. Quién sabe. Se acabó. Esa era la conclusión final. Que ya no habría más mensajes, ni mas "ten cuidado y avisa cuando llegues a casa". También se acabaron esas caricias, esas risas que eran pura vida, pasear de la mano por la calle y esos besos en la frente que te hacían sentirte como en casa. Y quizás esa fue mi perdición. Hay personas que muchas veces se convierten en hogar, y tú, por un momento, fuiste el mio.
Todo era tan perfecto, que a veces incluso pensaba que era una ilusa porque todo eso no podía ser real, no me podía estar pasando a mi. Después de tantas subidas y bajadas, de tantas recaídas, parecía que por fin se veía un poco de luz entre tanta oscuridad, que por fin estábamos llegando a buen puerto. Pero al parecer, era la única que lo veía, y el tiempo me dio la razón. Aunque seas posiblemente la mejor persona que se le haya cruzado en su camino, es imposible pegar los trozos de un corazón que aún sigue roto. Y aunque yo estaba incondicionalmente dispuesta a pegarlos, con muchísima delicadeza y cariño, me terminé cortando.
Hay quienes dicen, que nunca te arrepientas de nada de lo que hagas, porque si en ese momento lo hiciste, es porque verdaderamente quisiste. Y yo no me arrepiento de todo lo que hemos vivido. De esas cenas, de intentar con todo mi corazón que fueras feliz, de esas charlas, de estar hasta las tantas dando vueltas por ahí, de no ser nunca capaces de terminar una película, de la complicidad que teníamos, de lo que tu y yo sabíamos y el resto ni si quiera se imaginaba, porque contigo la cama no tenía lados, por todo el placer que hemos sentido, por convertir nuestros lunes en sábados por la tarde. No, no me arrepiento.
El problema fue, que te acostumbré muy mal desde el principio. A estar en todas las circunstancias, a darlo todo, aunque fuera sin recibir. A no dormir por si llamabas y podíamos vernos dos minutos escasos. Y es que siempre cometo el error de sorprender, de intentar que nada sea normal, de que nada sea lo que te esperas. De arriesgarme, sin temer un no. De hacer las cosas sin esperar nada a cambio. Y ese fue el principal rival, que yo estaba dispuesta a mucho más que tú. Y me sentí como la chuchería que te gusta echarte a la boca, porque sabes que cuando te haga falta o simplemente te aburras, ahí estaré.
Y no. No se puede hacer una cuenta nueva tras un borrón. Los borrones, en cuestión de vida, se hacen con rabia. Y la rabia nunca puede acabar nada. Y nada jamás, me avergonzará de mi cuenta ni me hará sentir tanto odio como para borrar mis experiencias y considerarlas algo que hay que arrugar y tirar a la basura. La verdadera valentía consiste en lo siguiente: subrayar el error, y seguir escribiendo.